Era el perfecto hijo de papá, para quien el éxito y dinero daban licencia de permisividad. El problema vino cuando el dulce viento del placer se volvió tormenta y lo desbarató.“Lo que más quiero en mi vida es agradar siempre a Dios y cumplir su voluntad, vivo para Él porque creo firmemente que esa es mi felicidad”, dice convencido el joven cantante y compositor mexicano Alexander Acha, en una entrevista para el semanario Desde la fe. Con 28 años, ha cosechado diversos éxitos, incluso un Grammy Latino que obtuvo como artista revelación en 2009. Hijo del también cantante mexicano Emmanuel, juntos hicieron un dueto en que dedicaron una canción a la Virgen de Guadalupe, señal de la devoción mariana de ambos.
Una fe acomodada a la medida humana
Sin embargo, como otros jóvenes, Alexander alcanza su certeza de fe tras una historia marcada por los desencuentros y la rebeldía, que facilitaron viviera sujeto a sus instintos. “No me eduqué en un colegio católico. Apenas hice mi primera comunión y en mi juventud tenía una concepción del bien y del mal bastante precaria”.
Talentoso en el piano y la voz, fuera de los escenarios Alexander había establecido una sola regla: «Si quieres tener una vida exitosa, haz lo que quieras y como quieras». “En aquella época mis criterios eran mundanos. Actuaba igual que un animalito. Era un joven de conducta impulsiva, rebelde, vivía con excesos, alcohol, cigarros, promiscuidad, derroche de dinero, vanidad, me peleaba mucho, me expulsaban de diversas escuelas. Mi relación con el Señor era bastante egoísta, y solamente se reducía a un «Dios a mi manera»”.
La borrachera en el escenario
A medida que su fama crecía, sus comportamientos le jugaron una mala pasada. “Tenía 19 años y llegué borracho a cantar en un concierto de mi padre. Después seguí bebiendo con mis amigos hasta el amanecer. Es allí cuando mi padre me dijo «o dejas de tomar y de ir a fiestas, o se acabó mi apoyo en tu carrera»”.
La enérgica intervención del padre que sólo buscaba salvarle de un desastre peor fue en cierta forma lo que necesitaba… “Me di cuenta que los placeres carnales no me estaban llenando. Por más que busqué la felicidad, había llegado a desconfiar de mí. Asumí que no tenía la verdad y tuve que salir a buscarla”.
Rendido ante la verdad de su vida, Alexander ni remotamente se acordaba de las oraciones que le habían acompañado en su infancia, pero lo necesitaba, quería estar fuera de todo, sólo con Dios… y comenzó con palabras simples a dialogar, a orar. “Me acosté en mi cama, cansado, pensando en todos los momentos que había tenido. De repente, vi en la pared de mi habitación una cruz que habían colgado mis padres. Veo la imagen de Cristo, que conocía más o menos y le dije «si estás oyendo lo que te digo, tú me creaste porque me amas, y según esto, aunque no me consta… pero, ¿sabes?, ¡yo ya no puedo resolver mi vida! y tengo miedo porque no encuentro esa paz, porque he fallado. Si me escuchas, respóndeme, ayúdame y, de corazón, me pongo en tus manos»”.
La luz en el Evangelio de Juan
Poco tiempo después, Alexander fue invitado a la celebración de un bautizo, donde pudo conversar con un sacerdote. “Estaba amargado, apoyado en una de las columnas de la iglesia, y el padre me divisó a lo lejos y nos pusimos a conversar. Tal como dice Jesús, «la verdad nos hará libres», pues ¡a ese sacerdote le conté toda mi verdad! Al rato me entregó un libro de sus homilías y me dijo que leyera el Evangelio de San Juan. ¡Nunca lo había leído! Llegué a casa y me puse a revisarlo. ¡Fue tan fuerte la luz, que me cegó! La Verdad me gritó, ¡encontré a Dios! Estaba necesitado y no sabía de qué era mi angustia. Y cuando la encuentro, no sabía que El me buscaba”.
Hoy, no tiene problemas en hacer público su profundo amor a la Virgen María. “Rezo el Rosario todos los días, trato de ir a misa diaria y comulgar”. Alexander constantemente participa además en charlas para jóvenes, ocasión en que comparte su testimonio. Pero tampoco desatiende su trabajo vinculado a la música en extensas giras de concierto. Con todo ello, se considera una persona “mil veces más feliz que antes”. Y de vivir encerrado en el egoísmo se dejó amar. “Ahora entiendo mejor mi vida y el sentido de mi existencia. Con Dios nunca estaré solo”.
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